Internacional -

Crónica desde Chernóbil

Los habitantes de Chernóbil no temen a la radioactividad ni al cáncer

El enviado especial de EITB en Chernóbil, Mikel Reparaz, nos cuenta lo que ha visto y sentido al visitar la zona afectada por la catástrofe nuclear.

Mikel Reparaz

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Entrar en la zona de exclusión de Chernóbil es cruzar la puerta de un gran cementerio. 30 kilómetros a la redonda, ni un alma. La carretera se adentra en la "zona 0" de la catástrofe nuclear, dejando atrás pequeños pueblos devorados por el bosque. La radiación o la radioactividad empapa la tierra y la vegetación, pero la naturaleza aquí es radiante.

En la recta final hacia la central, la localidad de Chernóbil nos sorprende con algunos signos de vida humana. Varios ancianos se asoman a los balcones de los edificios de los apartamentos soviéticos en ruinas. Son los últimos habitantes de Chernóbil. No temen a la radioactividad ni al cáncer. Quieren morir en su casa.

A la salida del pueblo de Chernóbil se vislumbran los cuatro gigantescos reactores nucleares. Están ya apagados, pero dos de ellos estuvieron activos hasta hace sólo diez años. El cuarto, el causante de la catástrofe, está rodeado de una estructura maltrecha. Es el sarcófago que encierra a un monstruo de 200 toneladas de combustible radioactivo.

Los expertos dicen que continuará emanando radiaciones hasta dentro de 25.000 años. El nuevo sarcófago que Ucrania quiere construir para 2015 sólo podrá retener la radiación durante un siglo más.

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