Internacional -
Análisis
Bélgica: ¿Un laboratorio para Europa?
Los problemas belgas son un espejo de lo que nos espera en el continente europeo multilingüe, un mosaico de estados, regiones y pueblos.
Luc Devoldere
Si la definición que Nietzsche formuló acerca de la nación es correcta ("una nación es gente que habla la misma lengua y que lee los mismos periódicos"), entonces Bélgica no es una nación. No obstante, es un Estado.
Bélgica es en realidad una conferencia diplomática permanente: flamencos y valones viven en mundos diferentes, con sus propias opiniones públicas, con sus propios foros de debate, con sus propios periódicos y cadenas televisivas. No hay partidos políticos nacionales.
Para formar un gobierno federal (nacional) los partidos políticos flamencos tienen que negociar con los partidos políticos francófonos: hay democristianos, socialistas, verdes y liberales a cada lado de la frontera lingüística. En ambas partes del país hay que encontrar mayorías. Un flamenco no puede premiar, ni castigar con su voto a un político francófono; un francófono no puede premiar ni castigar a un político flamenco.
A pesar de que los belgas tienen mucho en común - no viven impunemente juntos desde 1830, incluso antes, en lo que entonces se llamaba aún los "Paises Bajos del Sur" -, son también muy diferentes. A los flamencos se les llama a veces el más latino de los pueblos germánicos, por haber vivido tanto tiempo al lado y con los francófonos, sobre esa interesante línea de fractura entre el mundo latino y germánico o, por decirlo de forma más patética: entre Europa del norte y del sur.
Flamencos y francófonos no tienen por lo tanto siempre los mismos intereses, tienen economías distintas y preferencias políticas distintas. Y hay tantas cosas más. ¿Con qué podría empezar? Con la frontera lingüística.
Bélgica tiene una frontera lingüística que cruza el país de oeste a este. Esa frontera se estableció por ley. Al norte de la frontera los belgas hablan en neerlandés (la misma lengua que en Holanda): ellos son flamencos. Forman el 60% de la población total. Al sur de la frontera los belgas hablan francés: ellos son los valones.
Pero la situación es aún más compleja. En Flandes se encuentra la capital, Bruselas. Allí viven un millón de personas. Un 15% tienen el neerlandés como lengua materna. La mayoría habla francés, aunque muchas otras lenguas están en auge (árabe, bereber, turco, inglés,…). Pero, seamos claros: la ' lingua franca' de Bruselas es el francés.
No obstante, Bruselas es 'oficialmente' bilingüe. No es sólo la capital de Bélgica y Europa, sino también de… Flandes. Los flamencos deberían, en teoría, poder acudir a todas las instancias oficiales en su propia lengua. Los nombres de las calles están en las dos lenguas; en el tren se escucha los mensajes en dos lenguas. Los flamencos han sacrificado por ello a nivel federal - belga - su mayoría: hay tantos ministros francófonos como neerlandófonos en el gobierno federal. ¿Nos está siguiendo todavía?
Bélgica se mantiene unido a base de esos equilibrios y compromisos. Es todo bastante complicado. Hay que hacer constantemente arreglos. Pero no nos rompemos la cabeza. No corre sangre en estos conflictos tribales. Y eso ya es mucho.
Pero, ¿qué es lo que está pasando entonces?
El sistema belga - un espécimen que funciona - parece haber llegado a sus límites. Los flamencos quieren seguir modificando las instituciones, transferir competencias del nivel federal al nivel regional, porque así pueden solucionar mejor los (sus) problemas. Piensan entre otras cosas en la política de empleo, un régimen fiscal propio, etc. Los francófonos temen que esa transferencia llevará a la escisión de la seguridad social y de Bélgica. De hecho, Flandes es la región con la economía más fuerte. Hay flujos de pago de Flandes a Valonia, que sufre una peor situación económica. Flandes no quiere deshacerse de esa solidaridad, pero pide más transparencia a Valonia. Flandes cree que un aumento de las competencias de las regiones llevará finalmente a reforzar el sentido de responsabilidad.
Valonia cree más en Bélgica para solucionar sus problemas. Esto es la división de los espíritus. Eso es lo que se trata en esa conferencia diplomática permanente que se llama Bélgica.
Esa división de espíritus, la quiero también aclarar a través de dos principios legales que flamencos y valones suscriben a parte. Ironía del destino: los flamencos defienden hoy el principio tan enraizado en la cultura latina del 'ius soli', el "derecho del suelo" o principio de la territorialidad, mientras que los francófonos son grandes defensores del germánico 'ius sanguinis', el "derecho de la sangre" o principio de la personalidad.
Son, por cierto, los francófonos que rechazaron a principios de los años 30 el bilingüismo en todo el territorio belga, impulsando así una inevitable evolución hacia los territorios monolingües que caracterizan la Bélgica de hoy. Bélgica no es un país bilingüe, la lengua oficial de Flandes (territorialmente limitado) es el neerlandés, la de Valonia el francés; y Bruselas es oficialmente bilingüe.
En realidad los francófonos han perdido durante el siglo pasado el derecho de hablar francés y ser atendidos en su lengua en todo el país. Esa lengua francesa ha sido durante mucho tiempo la lengua de la elite y de la administración. Los flamencos han tenido que luchar por sus derechos lingüísticos en Flandes. Esa lucha se ha en principio resuelto. En principio.
Así, el 'ius soli' era la apuesta de lucha por 'Leuven Vlaams' (Lovaina flamenco) durante la segunda mitad de los años sesenta: el cierre de la sección francófona de la universidad católica de Lovaina que se encuentra en Flandes. Ese cierre ha llevado a crear una universidad católica francófona al otro lado de la frontera: Louvain-la-neuve, la 'Université catholique de Louvain'. Era finalmente la lucha contra el auge de la francofonía en Brabante Flamenco (al lado de la resistencia contra la arrogancia del poder y el autoritarismo del clero belga).
También la lucha actual por las famosas "facilidades" - el derecho de los francófonos para dirigirse en su lengua a la administración en los municipios en torno a Bruselas (que pertenecen a Flandes) - gira entorno a esto. Esas "facilidades" surgieron en su día porque el compromiso en torno a ellas se formuló en términos tan vagos que pudieron dar lugar a varias interpretaciones. Los flamencos pensaban que el derecho de los francófonos se iba a extinguir, una medida transitoria.
Los francófonos lo entendieron - y lo entienden - de otra forma y sobre todo cuando las facilidades fueron "ancladas" en la constitución. Los flamencos se han hecho recelosos porque tienen la sensación que el 'ius sanguinis' da siempre lugar en Bélgica al 'ius soli', siempre a cambio de territorio.
En realidad no se trata de otra cosa cuando se habla hoy de la escisión de la circunscripción electoral Brussel-Halle-Vilvoorde (BHV). El tribunal supremo del país dijo que se viola el principio de la igualdad cuando los francófonos en partes de Flandes (partes de la provincia de Brabante Flamenco, en concreto los distritos municipales de Halle y Vilvoorde) pueden votar a listas francófonas en Bruselas.
Es también una violación del principio de la territorialidad, ya que Bruselas es otra región. Los francófonos que viven en Flandes siguen considerando el poder votar a francófonos en Bruselas como un derecho adquirido. Es imposible organizar elecciones nuevas, jurídicamente válidas sin resolver antes ese problema. Pero hay esperanza. La escisión de la universidad de Lovaina en los años 1960 - lo que se vio entonces como el fin de la universidad - dio lugar a la creación de dos universidades, una neerlandófona en Lovaina y otra francófona en Louvain-la-Neuve, que florecen hoy ambas y colaboran juntos.
¿Cómo se debe seguir?
Bélgica no será dividida. La mayoría de los flamencos no lo quieren. Sólo Bruselas ya mantiene unido Bélgica: estará siempre donde está. Pero si los francófonos siguen sin querer hablar sobre más reformas del modelo belga, Flandes se hará más radical. Al final más competencias tendrán que ir a las regiones.
Habrá que decidir lo que el estado federal - Bélgica - tiene que seguir haciendo. Quizá algunas competencias deberían hacerse de nuevo federales. Se puede pensar, por ejemplo, en las normas de ruido: hoy en día tanto Bruselas como la región flamenca y valona pueden imponer sus normas. ¿Qué tiene que hacer entonces un avión que despega desde Brussel Nationaal (el aeropuerto en Zaventem, situado en Flandes) y que después de 40 segundos sobrevuela Bruselas donde las normas son mucho más severas?
Quiero terminar con una fantasmada: "Europa será belga o no será". Los problemas belgas son un espejo de lo que nos espera en el continente europeo multilingüe, un mosaico de estados, regiones y pueblos. Considera Bélgica entonces como un laboratorio para Europa, un experimento diario para ver si es posible convivir.
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Luc Devoldere es redactor jefe de la Fundación Ons Erfdeel. Este artículo fue publicado por primera vez el 13 de diciembre de 2007 en la antigua eitb24.com.