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La convivencia de vascos y romanos en los siglos I y II d.C.

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Viajamos al pasado junto con el escritor Álvaro Arbina para desmitificar la creencia de que los vascos plantamos cara a los romanos como Astérix y Obélix.

  • Imagen de la calzada romana de Arantza. Foto: Isidro Etxeberria

    Imagen de la calzada romana de Arantza. Foto: Isidro Etxeberria

    10:59 min
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Existe el mito de que los vascos fueron el único pueblo de Hispania que se resistió a la romanización explica Álvaro Arbina en 'Boulevar Magazine'. El mismo escudo de Gipukoa contiene el lema latino “Fidelissima Bardulia nunquam superata" (La fidelísima Bardulia, nunca conquistada). Según una tradición romántica, una de las montañas de esta región, el Ernio, acogió en el siglo I a.C una batalla en la que los vascos, liderados por Lartaun, se enfrentaron a las tropas del emperador Augusto en el transcurso de las guerras cántabras. Sin embargo, las fuentes clásicas no hablan de ninguna batalla durante los cerca de seis siglos de presencia romana en tierras vascas. La realidad es que más bien predominó una convivencia pacífica.

Esta versión muy de David contra Goliat en Euskadi, quedó totalmente desmentida gracias sobre todo a un descubrimiento realizado en 2013 por el equipo del documental Euskara jendea, una superproducción audiovisual vasca basada en el libro homónimo de Carlos Etxegoien.

Durante su filmación, se redescubrió una lápida funeraria de origen romano, bastante famosa y de existencia corroborada, pero cuyo rastro se había perdido misteriosamente hace muchos siglos. La lápida se encontraba durmiendo el sueño de los justos en los almacenes del museo del Louvre parisino donde, tras diversas indagaciones, dio con ella el equipo del documental. Era la lápida funeraria del tribuno romano Cayo Mocconio Vero, fechada, según los historiadores, entre los siglos I y II después de Cristo. En ella, entre los hechos grabados para loar la vida y obra del fallecido, se menciona que fue él quien llevó a cabo el censo de 24 poblaciones de vascones y várdulos.

El equipo del documental dio con el testimonio de que vascones y várdulos estaban perfectamente integrados en la estructura del Imperio Romano porque sus habitantes fueron censados como el resto de las poblaciones del imperio.

El hallazgo fue espectacular para el conocimiento de nuestra historia. Además, su veracidad está fuera de toda duda. El recuento de poblaciones del tribuno Cayo Vero coincide con los escritos de geógrafos de la época y posteriores, como Ptolomeo, que también dejó constancia de la existencia a dichos efectos administrativos de 16 poblaciones de vascones y 8 de várdulos, como se denominaba a los habitantes de una amplia zona geográfica que cubría, en términos actuales, de Iparralde, Navarra y Aragón hasta la actual Cantabria.

La existencia de ese censo de los vascones como parte del Imperio Romano corroboró y vino a romper cualquier mito acerca de que el euskera ha sobrevivido a lo largo de la Historia porque ha permanecido aislada.

El Imperio Romano conquistó, destruyó o cambió prácticamente todos los pueblos y culturas de Europa. Se extendió también por nuestra tierra, pero no pudo imponer el latín en el territorio, a pesar de que su influencia fuera mayor en algunas zonas, como Aquitania o la Ribera de Navarra. Aún así, el euskera sufrió una fuerte influencia del latín a nivel de vocabulario y de estructura.

En el ámbito cultural, la influencia romana fue también evidente. Los romanos trajeron nuevas ideas, y también nuevas técnicas y avances. Roma llegó, fundó ciudades, construyó calzadas, explotó recursos, estableció comercios. Y los autóctonos aceptaron entrar en el sistema romano. Un sistema que funcionaba en latín, porque los romanos imponían que toda relación con ellos fuera en su idioma. Hay que tener en cuenta que por entonces ser ciudadano romano no era un derecho, sino un privilegio, cosa que muchos quisieron ganarse en el ejército.

Los romanos reclutaban 'tropas auxiliares' en los territorios conquistados y hubo cohortes de várdulos, de aquitanos, de vascones. Si sobrevivían hasta licenciarse, 25 años, aquellos legionarios obtenían su recompensa en forma de ciudadanía y de un territorio en el que asentarse que recibía el nombre del propietario más el sufijo 'anus'. En una desviación lingüística causada por el euskera, surgen los 'ain', 'in', 'ano', tan frecuentes en toponímicos como Belaskoain (Belascoanus, la tierra de Belasco), Andoain (Andoanus), Guendulain (Centuliano).

Pero a pesar de todo esto, al igual que en épocas anteriores, la comunidad de nuestros antepasados supo hacer prevalecer su identidad. Y a día de hoy, queda bastante claro que si el euskera sobrevivió no fue por permanecer aislado. La pregunta que genera todo esto es ¿por qué al contrario que otras lenguas de territorios romanizados en toda Europa, incluidas las vecinas celtíberas, la tartésica o la ibérica, cuando Roma cayó, el euskera seguía existiendo? Tal vez el verdadero misterio del euskera no esté en su origen, sino en cómo ha conseguido perdurar a lo largo de los siglos y los siglos, para que hoy podamos seguir hablándolo.