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Gordon Brown, un gestor brillante desgastado y venido a menos

Al primer ministro británico le precede su fama de buen gestor en materia económica, aunque su escaso carisma y falta de oratoria, además de sus meteduras de pata, podrían costarle la victoria.

Redacción

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El primer ministro británico, Gordon Brown (20 de febrero de 1951), podría convertirse en el principal perdedor de las elecciones tras un mandato y una campaña llena de resbalones que le pueden costar el poder pese a su fama de brillante gestor.

Su partido aspira al cuarto mandato, aunque para él es la primera vez que se presenta como candidato.

Durante la campaña electoral, Brown ha sido el cabeza de lista que más ha sufrido el desgaste, frente al empuje de sus dos jóvenes rivales, una diferencia evidenciada especialmente en los debates televisados que, hasta ahora, no existían en el mapa político de las islas.

Sin embargo, la estrategia del ''premier'' fue, precisamente, reivindicar su veteranía para apelar a la confianza en esta era postcrisis. Sus avales, la década al frente de la cartera del Tesoro, que precedió al ascenso al ansiado liderazgo que perseguía desde obtuvo su escaño en 1983.

En su contra, sin embargo, el cansancio de 13 años ininterrumpidos en lo más alto de la jerarquía del Gobierno y una personalidad sin carisma que él mismo ha reconocido podría apartarlo de la carrera si ésta fuera meramente una contienda de popularidad.

Su manual de cabecera reza que solo él puede garantizar la recuperación económica y, sobre todo, el argumento del miedo ante una alternativa conservadora que amenaza con una nueva zambullida en la recesión debido a los inmediatos recortes que prevén los de David Cameron.

Escocés, de fuerte personalidad y uno de los arquitectos del Nuevo Laborismo, antes de que comenzase la cuenta atrás electoral se vio sacudido por el escándalo de los supuestos malos tratos a sus colaboradores, un episodio que, finalmente, parece no haber hecho un daño excesivo a las posibilidades del partido, como tampoco su tropezón de la semana pasada, cuando calificó de "intolerante" a una simpatizante sin reparar en que estaba siendo grabado.

De mantenerse en Downing Street, lograría un hito histórico, no sólo por el cuarto mandato de los suyos, sino porque habría protagonizado una de las resurrecciones políticas más fulgurantes de la historia moderna.

A pesar de que cuando en verano de 2007 recibió las llaves del número 10 de manos de Tony Blair disfrutó de leve luna de miel con los votantes, su popularidad cayó en picado a partir de que cometiese el, para muchos, peor error de su carrera política: jugar con la duda de si convocaría elecciones para, en otoño, descartarlas.

Tiempos duros

Desde entonces, ha tenido que hacer frente a la peor crisis económica desde la Gran Depresión, un revés que, no obstante, permitió sacar lo mejor de Brown.

Durante diez años al frente del Tesoro, su reacción al colapso financiero fue imitado por gran parte de los dirigentes mundiales, que reconocieron, además, su liderazgo en la organización de la clave reunión del G-20 del 2 de abril de 2009 en Londres.

Pero en este período también ha quedado como la cara de la peor derrota electoral de los laboristas desde mediados del siglo pasado, cuando en junio quedó como tercera fuerza en las locales, y han sido varios los conatos de asalto al poder que ha tenido que ir sofocando. Finalmente, el Laborismo decidió cerrar filas en torno a él, ante la posibilidad de que un descabezamiento prematuro fuese incluso más dañino para sus posibilidades electorales.

Los resultados de este jueves desvelarán si la apuesta fue acertada. Por el momento, el sistema parlamentario no descarta su continuidad en Downing Street, a pesar de que ninguna encuesta da a su partido como la fuerza más votada.

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