Es obvio que mediada la década de los noventa, la gente estaba en otras cosas: los rescoldos del grunge, las riot-girls, Primal Scream... Casi nadie estaba por la labor de dedicar tiempo y dinero a ese pequeño contingente de artesanos de la melodía, juanpalomos de la composición capaces de sacar adelante un disco con cuatro duros y un puñado de compinches que ayudaran a dar forma a canciones perfectas.Hablamos de Eric Voeks (en la imagen), Adam Schmitt, The Mockers o los Loud Family del gran Scott Miller, que ya venía de hacer grandes cosas con Game Theory.
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